EL LAICISMO ES UNA IDEOLOGÍA QUE ENCUBRE LA INTOLERANCIA.
REFLEXIONES TEOLÓGICAS DOMINICALES. 2 FEBRERO 2014.
La
sociedad laica no existe como realidad intrínsecamente histórica. Existe
fantasmalmente como ideología y se hace relativamente práctica en la intolerancia de una seudo-neutralidad racionalista o
seudo-científica. Es un estatismo sectario. Es la consecuencia lógica de un
secularismo intolerante, inseguro de sí mismo, que quiere aplastar la libertad
religiosa. Se permite e incluso se alienta la creencia personal en Dios,
siempre y cuando se limite a la esfera personal. Para los laicistas más
fanáticos, la religión es una superstición que debe ser privatizada. El intento
ha logrado poner algunos obstáculos legales para vivir la fe en los espacios públicos
y civiles comunes, pero la radicalización de la vida democrática, que a pesar
de todo sigue latente, terminará de configurar un pluralismo verdaderamente
tolerante.
1.- La
intolerancia del laicismo es una forma de violencia, porque precisamente implica
“forzar por medio de la fuerza de un sistema legal”, legítimas expresiones de
la identidad religiosa. Chile no es un país laico. Chile es una sociedad
pluralista. Este último concepto expresa más amplitud. El Estado Chileno
podríamos definirlo como laico, pero no laicista. Y mejor sería definirlo como
un Estado pluralista que tiene el desafío de ser cada vez más inclusivo. El término laico en este contexto,
pertenece más a la historia, a un pasado que cada vez está más lejano, cuando
el clero era un poder político autoritario o una clase social dominante. Hoy
quedan restos de clericalismo que no parecen tener mucho futuro en una Iglesia
que a veces con dolor ha tomado conciencia que necesita renovarse, con un
laicado católico más corresponsable de su vida interna e influencia
participativa en la sociedad civil. Es nuestra esperanza.
2.- El
laicismo excluyente pretende que las personas religiosas tanto civiles como
consagradas deben vivir en los espacios públicos como sí Dios no existiera. El
hombre y mujer contemporáneos o de la post-modernidad, deben actuar en el
ámbito temporal como si Dios no existiera. Para esta ideología intolerante,
Dios está destronado. Sí existe, o es un gran arquitecto deísta no providente,
o un símbolo de un ideal, etc. es casi
lo mismo; pero es meramente un sentimiento privado, donde se encierran todas
las metafísicas que se quieran, siempre que se manifiesten fuera de la vida
pública. Esta es una tentativa extrema, hay formas más atenuadas de laicismo,
que la dialéctica histórica ha construido superando la teoría original.
3.- ¿Quién
tiene derecho a definirle la vida interior y social o pública a un ateo o
agnóstico? ¿Hay una autoridad legítima que le pueda imponer a una persona
no-creyente la forma o manera como debe vivir
su indiferencia religiosa o no-creencia? No estoy escuchando ninguna
respuesta de un ateo o agnóstico o de un fundamentalista islámico. Pero, la
respuesta es no. ¿Por qué entonces se pretende definir las fronteras de lo
religioso desde una neutralidad que históricamente nunca ha existido, y que ha generado persecuciones sangrientas
para los creyentes, cuando se intentó imponer con métodos totalitarios? Como la
sexualidad, lo religioso cubre, por así decirlo, toda la vida personal y social de un
creyente. La castración que impone el laicismo es anti-democrática y
anti-humana. Otra cosa es vivir desde la identidad en una sociedad plural y
diversa.
4.- El
laicismo es una ideología anacrónica, propia de los últimos siglos. Que luchó
contra un clericalismo político, también anacrónico en su momento, para hacer
posible una sociedad de ciudadanos libres y responsables. La historia rescata
aspectos muy positivos de esta lucha anti-clericalista, sin desconocer graves
aberraciones contra los creyentes. Hoy la tolerancia y respeto a la diversidad
ameritan una mayor profundización y coherencia para hacer posible una sociedad
más inclusiva. Intentar castrar o negar una dimensión humana y trascendental
como es lo religioso como expresión pública o social, traerá graves perturbaciones,
sí se intenta imponer con más efectividad,
porque la resistencia de los creyentes a este abuso es inevitable. ¿Qué
está pasando en Europa, por ejemplo?
5.- La
tolerancia no se basa en la negación de una verdad religiosa, sino en la
convicción de que ninguna verdad religiosa o moral, se impone contra la
libertad personal. La verdad se propone con libertad para ser aceptada o
rechazada con libertad. Este es otro tema más radical que la ideología
tolerantista y anti-católica del siglo XIX, por ejemplo. La libertad personal,
que no es liberalismo racionalista, es esencial en esta nueva visión sobre el
respeto, tolerancia y diálogo con la diversidad. Podemos concordar con Santo
Tomás de Aquino, teólogo del siglo XIII, que el ser humano debe ser como Dios
quiere que sea, pero hoy tenemos muy claro, sobre todo después del Concilio
Vaticano II, que nadie tiene derecho a imponer la fe y más aún, ontológicamente
no se puede imponer a nadie. Solamente la libre aceptación de Dios en la vida
personal hace posible que la verdad religiosa tenga un lugar en la historia de
la salvación de cada creyente. La verdad no se puede separar de la libertad y
del amor. Pero, todo esto se acepta
libremente.
6.-
Podemos captar con claridad que nuestra sociedad secular “seudo-liberadora”
inevitablemente deja un vacío profundo en la raíz vital del hombre moderno, que
causa una gran frustración y desolación, instaurando una angustia existencial.
Podemos ver como este rechazo a lo realmente religioso no puede dejar de traer
tristeza y hasta desesperación, pero el respeto a la libertad personal debe ser
permanente. Nuestro respeto y tolerancia, valida nuestra autoridad moral
situada en un contexto democrático, para cuestionar y denunciar la tentativa
totalitaria de todo laicismo excluyente. El desafío es fomentar el pluralismo y
los valores de la tolerancia, respeto, diálogo y fraternidad, entre otros
valores y no imponer una falsa
neutralidad que aplasta la libertad personal y el mismo sentido de una persona
libre y responsable ante sí misma, la sociedad y sí es creyente, ante Dios. Una
relectura actual de “Al César lo que es del César y
a Dios lo que es de Dios” (Mt. 22, 21) fundamenta lo
antes dicho: los cristianos vivimos desde nuestra identidad, lo civil y lo
sagrado, no lo imponemos a nadie y eso basta; los no-creyentes tienen el deber
democrático de tolerar nuestra presencia activa en el mundo; nosotros los
toleramos a ellos, incluso podemos dialogar y vivir fraternalmente. En realidad
necesitamos vivir en paz y fraternidad.
Mario
Andrés Díaz Molina: Profesor de Religión y Filosofía. Licenciado en Educación.
Egresado de la Universidad Católica del Maule.