CANTOS
Y ANTICANTOS DEL UNGIDO Y DE LA ÚLTIMA CUMBRE
Hace unos días llegó a
mis manos un ejemplar del texto “Cantos y Anticantos del Ungido y de la Última
Cumbre, de Mario Díaz Molina.
Es un texto novedoso por varias razones. En primer lugar, la estructura es
compleja. El volumen convoca diversos registros escriturales que van desde el
comentario o la crítica literaria, al manifiesto, al texto poético –texto que
origina y al que remite este comentario- para culminar en el ensayo. Quiero entender esta diversidad como una
apelación, como un llamado a dialogar
con nuestro horizonte de expectativas, tan definido por la noción de género.
Es, en este sentido, una novedad.
La propuesta central,
entiendo, está signada por el texto poético, en torno al cual se inscriben –y
del que se hacen parte- los demás textos. Es éste un extenso poema, de carácter
narrativo, compuesto por 19 cantos y anticantos que presentan una visión muy
personal, muy cristiana, de la salvación,
refractada desde la conciencia del sujeto poético. Se inicia la obra con el
alumbramiento del Ungido y su mirada se vuelca hacia al misterio; la
encarnación del Dios de los cielos y su inserción en la condición humana:
“La preñez de mi Madre
Fue, es y será la encarnación
Divina de la salvación del mundo…”
Los cantos que lo conforman lo sitúan en directa
apelación a una de las formas escriturales de la tradición bíblica, aunque, en
uno de los logros del texto, el tono es más bien crítico. La perspectiva del
sujeto poético se desplaza notoriamente desde la humildad propia de la visión
cristiana tradicional, a una suerte de manifestación y reconocimiento – sin
concesiones, afortunadamente- gesto muy contemporáneo, de la individualidad.
Sugestivas y potentes son las imágenes que resultan de tal desplazamiento:
“He sido fuerte, paciente y bello.
Di vigor a la flaqueza,
sostuve a los vacilantes (…)
A pesar de la iniquidad y desolación,
Sobre mis huellas imborrables,
flota mi voz inefable.
Un pequeño resto
bebe en mi cáliz agridulce…”
Los Anticantos, por
otro lado, introducen la tensión- contrapunto bien logrado- que apoya la visión descarnada del Ungido y establecen
el diálogo con nuestro tiempo. El bien y el mal asoman develando los valores y
antivalores de la época. Presente y pasado, cosmovisión en revisión, en diálogo
y hecha texto. El tono profético de los cantos transmuta en denuncia
recuperando un profundo sentido social, esencia y fundamento cristiano:
“Los magnates dejan que se pudra
la sombra de Dios, en sus altares cloacales (…)
se despojan de sus propias existencias
incendian sus paraísos babélicos.
Las estrellas besan sus rostros,
la luna los acuna,
pero ellos no lo saben…”
Encarnación, descenso y
ascenso marcan los tiempos del viaje
poético. La vuelta al origen, a la unidad, último momento, asoma como
posibilidad. Posibilidad ligada al juicio, a la mirada honesta y a la asunción
de la responsabilidad y de nuestras miserias.
Trabajo lúcido y
arriesgado, el texto nos lleva a la reflexión, a la pregunta por el origen y de
camino, se erige en metáfora del tránsito terreno. Objetivo ambicioso, salvado
por la honestidad, fuerza y actualidad de las imágenes. Tras los versos, asoma
una voz clara y enérgica.
Lectura poco común en estos días, a más de alguno
identificará.
Claudio Godoy Arenas
Director
Escuela de Pedagogía en Lengua Castellana y
Comunicación
UCM