El resurgimiento de la sociedad civil: La
aportación de la Iglesia al florecimiento de la conciencia social: El caso de
la HOAC
por Francisco García Piñero
La vía comunitarista se ha
perfilado en los últimos años como una alternativa al planteamiento cultural
neoliberal. La Iglesia ha tenido una parte no desdeñable en el nacimiento de
dicha vía. El caso de la Hermandad Obrera de Acción Católica lo pone bien de
manifiesto. No obstante, dicha vía – como el caso de la HOAC – tiene
planteado un serio desafío de carácter filosófico del que depende en gran
parte el éxito de su propuesta.
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Introducción.
Viene
siendo lugar común, al menos en los países del mundo occidental – aquellos
que se vanaglorian de “haber construido un estado de derecho democrático y
social, heredero de lo mejor de la tradición revolucionaria” – y al menos
desde la crisis de los años setenta, el llamamiento de ciertos intelectuales
y ciertos partidos políticos a la implicación de la sociedad civil en el
desarrollo de las cuestiones públicas. En España en concreto, y con nuestro
nuevo gobierno, es esto lo que se ha dado en llamar el nuevo talante. En
efecto, y llámesele como se quiera – nuevo talante, compromiso ciudadano,
comunitarismo, civismo, profundización en el sistema democrático, rearme
moral de las masas, etc... – dicha tendencia ha ocupado el tiempo de
bastantes intelectuales, ideólogos y analistas políticos. Cada uno de ellos
ha aportado su punto de vista sobre la cuestión y sin embargo, es sabido que
la tendencia de advenimiento de la sociedad civil comenzó a mediados de la
década de los sesenta y aún en contra de aquel estado liberal de postguerra.
Resulta sorprendente que ahora los partidos políticos traten de acaparar para
sí una tendencia social a la que, no pocos, se opusieron y, sin embargo,
resulta del todo evidente que esto viene siendo así desde hace ya no pocos
años [1] .
Y si
esta tendencia es evidente, a nadie puede sorprender que la Iglesia – por
fidelidad a su misión injertada en el mundo – haya tenido también su
aportación al nacimiento de la misma. Cuestión distinta es que dicha
aportación haya tenido, en primer lugar, resonancia entre ciertos ambientes
intelectuales y – por qué no decirlo – políticos. En segundo lugar, es
también cuestión por entero distinta que la aportación de los movimientos
cristianos al florecimiento de la conciencia social fuera, al final, plasmada
por medios adecuados a lo que, de hecho, significa ser cristiano. Bien
pudiera decirse, ya lo adelantamos, que lo que en realidad pudo ocurrir es
que los medios invalidaran el fin precisamente por un defecto de orden no
sólo epistemológico sino más bien cultural y de fondo. Y esto de tal calado,
que no siempre resulta sencillo de captar y explicar. Mucho menos en el
límite de este artículo en el que tan sólo nos proponemos realizar una breve
aproximación.
Panorama de la cultura occidental actual.
Cumplido
el tiempo de la Segunda Guerra Mundial, en los estados occidentales se
dispuso la hora de la reorganización. Era evidente que la democracia liberal
había ganado, al menos en los países de ámbito occidental, la batalla por la
libertad. La organización de la vida civil se plasmó en lo que se ha dado en
llamar el estado de bienestar. De sus logros nadie puede dudar, sin embargo,
pasada una generación y llegados a mediados de la década de los sesenta,
comenzó a percibirse un cambio. Dicho cambio se concretó en facies diversas
todas las cuales venían a coincidir en un punto esencial: era posible y
deseable una participación mayor de la sociedad en los asuntos públicos. Los
modelos de organización económica, las decisiones políticas, los asuntos
medioambientales, las cuestiones militares, etc...Este despertar de la
sociedad civil devino, como es lógico, en tensiones con los poderes públicos
que veían como el poder de control que habían desplegado sobre la sociedad
civil con el simple mantenimiento de una determinada cota de desarrollo
económico se venía abajo. Algo había cambiado. Tanto que a partir de ese
momento puede hablarse de la existencia de dos corrientes culturales básicas
en el mundo occidental [2] . La neoliberal, que implica un modelo económico
capitalista e impulsa un sistema social individualista, pragmático y
consumista. Supone una fase nueva y superadora del Estado de Bienestar, en la
que la sima entre gobernantes y gobernados, entre sociedad y estado, se ha
hecho mayor de lo que fue en la etapa anterior. Predomina un escaso interés
por la cosa pública – por lo político en sentido aristotélico – precisamente
porque ésta, ha sido revestida y envuelta con un papel tan áspero y
brillante, que repele y deslumbra al ciudadano común que pretende acercarse a
ella. Lo público es, en el actual sistema, cuestión de los técnicos, los
peritos, los comités de sabios [3] . Y la vía comunitarista que señala una participación
más activa de la sociedad tanto en el desarrollo político como en las
implicaciones derivadas del desarrollo económico [4] .
La aportación de la Iglesia.
Aún en
contra de lo que se ha podido decir en ciertas ocasiones, la Iglesia, o mejor
dicho los católicos, en modo alguno fueron ajenos a tal advenimiento. No es
cuestión de polemizar. Sin embargo, sí diremos el punto en el que confluyeron
la postura de los católicos – normalmente, y por aquella época, integrados en
los movimientos de apostolado especializado de la Acción Católica – y las
tendencias comunitaristas incipientes en los años sesenta. Podría afirmarse
así: Lo que puede hacer la sociedad no tiene porque hacerlo el estado. De
donde se deriva que son las personas que conforman esa sociedad las que deben
comprometerse en el ejercicio de los deberes y derechos que permiten el
desarrollo – político, económico, social y cultural – de la sociedad de la
que forman parte. Esta apreciación no implica que no deba existir un estado y
unas instituciones, pero éste se debe a la sociedad en razón subsidiaria,
pues es una creación suya y está a su servicio, supliendo los aspectos que la
sociedad no puede cubrir [5] . Si la vía comunitarista impulsa precisamente un mayor
protagonismo de la sociedad en el desarrollo de la misma, no debe extrañar
que algunos católicos vieran esta opción como la más adecuada a su propia
condición y no sólo se implicaran en ella, sino que también tuvieran un papel
preponderante en su nacimiento en casos concretos.
La
particularidad mayor de la aportación de los católicos al tema que nos ocupa
estuvo quizá en que el punto de partida de dicha implicación se hacía derivar
no de la condición del católico en cuanto que ciudadano del mundo – o ciudad
de los hombres como se pudo llamar también – sino como una exigencia del
católico en cuento que católico [6] . Todo lo cual devino en ciertas confusiones que, a
posteriori, tendrán una importancia capital en el amplio proceso de
secularización que advino sobre ciertos movimientos de Acción Católica. A
esto hay que unirle además – algo que vino a complicar todavía más la
cuestión – el profundo sentido tradicionalista de la existencia, y por tanto
de la cultura, que tenían muchos de los hombres encargados de realizar la
inmensa tarea que se les encomendaba. Un tercer factor vino a servir de
colofón. La limitación eclesiológica ofreció el estructuralismo de ciertas
reivindicaciones. El fijismo tradicionalista en la concepción de la cultura
posibilitó el solapamiento de la visión cristiana con las ideologías obreras
algunas de ellas, difícilmente compatibles con una visión antropológica
cristiana. La prisa hizo el resto. Tal fue el caso de la Hermandad Obrera de
Acción Católica [7] .
El caso de la HOAC.
La
evangelización del mundo obrero. Tal fue el punto de partida, generoso y
honrado – es preciso decirlo – de muchos movimientos católicos que se
desarrollaron en la Europa de entreguerras. No fue una excepción la Hermandad
Obrera cuyo origen tuvo un primer barrunto en la España de la II República a
través de la JOC. La guerra civil impidió que aquel primer intento
fructificara y hubo de esperar al desarrollo orgánico de las nuevas bases de
la Acción Católica española durante los años cuarenta a cuarenta y cinco para
ver la luz en su primera actividad en octubre de 1946. Su objetivo no difería
en nada del marcado por Pío XI para la Acción Católica de entreguerras: poner
fin a la apostasía de las masas obreras. Los medios arbitrados para realizar
esta difícil tarea no fueron en esencia distintos a los establecidos para
otros ámbitos en la Acción Católica general. La recta formación de las
conciencias cristianas para desarrollar una labor en medio del ambiente
obrero. Como se ha dicho, el problema se ciñó más bien a un orden de cosas de
carácter cultural y epistemológico de partida derivado de una rigurosa visión
tradicionalista de la existencia humana.
La
peculiaridad de la Hermandad Obrera estuvo centrada quizá en los medios
arbitrados para dar acabado cumplimiento a este objetivo. Medios creados y
desarrollados por la figura fundamental en el origen, desarrollo y formación
de la organización que fue Guillermo Rovirosa [8] . Si el objetivo de la Hermandad era la evangelización
del mundo obrero y, ésta, se había intentado anteriormente por una serie de
medios que no habían dado fruto. Fue intención clara y manifiesta desde el
principio el cortar de modo radical con todas las acciones que antes de la
Hermanad hubieran podido realizarse [9] . En este sentido, habían de ser los propios obreros
quienes se hicieran cargo de la evangelización de sus iguales. A consecuencia
de lo cual se arbitraron una serie de medios de formación que permitieran a
los miembros de la Hermandad hacerse con una visión de la realidad obrera que
les capacitara para su posterior influencia y transformación. Es en esta
concreción de la formación otorgada a la militancia hoacista en donde se
estableció el planteamiento cultural que la HOAC entregó a sus miembros. Planteamiento
cultural en el que se produjo la convergencia práctica entre los
planteamientos católicos – que indudablemente poseían – y los planteamientos
marxistas [10] . Una convergencia – es preciso
repetirlo – que se ciñó al ámbito exclusivamente cultural o práctico. No se
dio en un principio un deseo de cooperación entre dos planteamientos que se
veían como opuestos. Que, a posteriori, fuera esto lo que pudo acabar pasando
no implica que fuera este el deseo de los ideólogos de la institución.
El
objetivo de la Hermandad era la evangelización del mundo obrero. Pero
entendieron que dicho objetivo no se podía realizar sin un serio cambio en
las condiciones materiales que soportaban los obreros [11] . Si la doctrina social de la
Iglesia había planteado soluciones de orden teórico – así lo entendieron –
era llegado el momento de que aquellas pasaran a realizaciones de orden práctico.
Pero hubo más concreciones pues, en la medida en que estas realizaciones no
podían ser realizadas por la Iglesia en cuanto tal, debían ser puestas en
práctica por los militantes de la Hermandad, artífices del cambio en la
sociedad que generara el cambio global de sistema que permitiría la
evangelización del mundo obrero.
En
definitiva buscaban un nuevo orden que creara las condiciones necesarias para
que las personas integradas en él volvieran sus vidas hacia la verdad de la
Iglesia. En la medida en que dicho orden no podía ser establecido por la
fuerza, ni por la imposición del estado [12] – aspecto en el que se marca la
distancia con el marxismo soviético – debía ser la sociedad civil, a través
de la acción de las minorías militantes, quien realizara de modo progresivo y
no violento el cambio en las estructuras. Esto era todo. Logrando una minoría
formada y selecta que fuera suscitando el paso de un sistema temporal a otro,
lo demás sería cuestión de tiempo. Unos irían del nuevo orden al cristianismo
y otros verían el nuevo orden como una exigencia de su propio pensar
cristiano.
Es en
este planteamiento en el que se produjo la mayor aportación de la HOAC al
resurgimiento de la conciencia social. Resurgir que, como se afirmó al
principio, ha dado como consecuencia el nacimiento, tras el fracaso de la
solución socialista, de una nueva vía o línea cultural en el ámbito de los
países del mundo occidental. En efecto, no fueron pocos los movimientos,
plataformas cívicas, asociaciones, etc... que se crearon durante los años
sesenta y setenta en la España del régimen de Franco inspirados por estos
planteamientos. Por citar sólo uno muy conocido vamos a mencionar el caso de
Comisiones Obreras.
Conclusión.
Dicho
todo lo cual es preciso advertir que, al mismo tiempo que los movimientos
católicos tuvieron una parte importante en el nacimiento de esta nueva vía
cultural, no todos supieron percibir de modo acabado cual era la verdadera
dimensión del problema. En este sentido, resulta necesario afirmar – una vez
más – que no les faltó deseos muy sinceros de acertar. Lo cual no implica en
modo alguno que, ni de cerca, algunos de ellos llegaran a hacerlo.
El
problema se ciñó – y aún hoy se ciñe – a que en el ámbito, algo más amplio,
de las relaciones entre la fe y la cultura, algo que dio en llamarse –
precisamente hacia mediados de la década de los sesenta – el engagement,
existía una pauta cultural difícilmente compatible con la visión cristiana de
la vida. En efecto, la consabida y necesaria inculturación de la fe en el
mundo moderno, que la Iglesia llevaba años tratando de realizar requería, por
lo mismo por lo que el problema era muy serio, de una seria y profunda
reflexión no sólo teológica, sino también pastoral y filosófica. Más que una
desconfianza de la Iglesia ante el mundo moderno, lo que existió fue una
prudencia de la misma ante lo que no era otra cosa más que un serio error
filosófico y antropológico en la concepción del hombre: el naturalismo historicista.
Ante él, la plasmación de las verdades reveladas en categorías culturales
comprensibles para el mundo moderno era – y es – algo más que complicado. Y
es así, no por una especial animosidad de la Iglesia hacia el mundo moderno,
sino simplemente porque la cultura la crea el hombre que, en cuanto que ser
libre, es capaz de errar. En la medida en que una cultura acerque al hombre
más a lo que en realidad es y está llamado a ser, será más plena y humana. En
este sentido, un planteamiento cultural que impide el acceso a una realidad
metafísica y trascendente resulta del todo incompatible con la verdad de que
la Iglesia es depositaria [13] .
Derivando
de aquí hacia el tema que nos ocupa, diremos que si bien es cierto que los
movimientos cristianos ofrecieron a la nueva vía cultural comunitarista, una
aportación en modo alguno desdeñable, no parece posible dudar de que dicha
aportación se cobró un precio quizá elevado. Es en este punto en el que
confluye nuestra disertación en el análisis de uno de los problemas más
urgentes que tiene la vía comunitarista planteado en la actualidad: las
ambigüedades éticas.
Es
claro y evidente que la revitalización de la sociedad civil es de capital
importancia en los modernos estados democráticos. De no ser así, ¿hasta qué
punto podría decirse que vivimos en una democracia?. No obstante, es preciso
advertir que muchas de las reivindicaciones que se realizan desde los ámbitos
cívicos no responden a un modelo cultural aceptable desde una visión
cristiana de la vida por lo mismo por lo que no permiten una apertura al ser
trascendente que es el hombre, única vía de conseguir su inserción plena en
la sociedad y, desde ella, enmendar la realidad social que lo necesite. La
aceptación no ponderada de categorías culturales marxistas derivó el
planteamiento cultural de la Hermandad Obrera, más arriba sólo barruntado,
hacia derroteros difíciles de compaginar con esta apertura trascendente. En
el fondo acabó por perderse el sentido soteriológico y escatológico que tiene
la liberación cristiana, así como también el carácter sacramental de la misma
Iglesia. No resulta extraño que, tras la crisis de la Acción Católica
española hacia 1966, muchos de los militantes que habían formado las
organizaciones de apostolado especializado pasaran a engrosar las filas de
movimientos cívicos, sindicales o partidos políticos de signo marxista.
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Francisco García Piñero
[1] El auge de las ONG´S, las
plataformas cívicas, el llamamiento político a la implicación de la sociedad
en las cuestiones públicas, se resumen en una tendencia cultural básica que
algunos han denominado comunitarismo. Sobre el proceso de advenimiento de
dicha tendencia resulta de interés: PÉREZ DÍAZ, Víctor: “El retorno de la
sociedad civil”, Madrid, Tecnos, 1989. Más recientemente, un nuevo modelo de
civismo, ha sido expuesto por: YELI MENESES, Violeta: “Auditoria social.
Pautas para lograr un proyecto político alternativo con compromiso
ciudadano”, en NUEVAS TENDENCIAS, 59, julio 2005, pp. 47-54.
[2] Resulta de todo evidente que
tales corrientes no han sido siempre evidentes. Por lo mismo por lo que todos
los acontecimientos humanos se desarrollan en el tiempo y en el espacio, las
dos corrientes a las que nos referimos aquí han venido fraguándose a lo largo
de los años que transcurren entre finales de la Segunda Guerra Mundial y la
crisis y acabamiento definitivo de la solución socialista. Son por tanto,
tendencias culturales muy actuales.
[3] Con claridad meridiana lo ha
expuesto Alejandro Llano: “La quiebra entre ética pública y ética privada
conduce inevitablemente a configuraciones burocráticas y tecnocráticas, en
las que la gente común y corriente, el ciudadano de la calle, queda
marginado...Supongamos que no hay más remedio que preceder así para salvaguardar
la paz interna, el orden político y el progreso económico. Pero advirtamos,
al menos, la pérdida de sustancia moral que se ha producido en tal maniobra.
Porque se ha cambiado verdad por certeza, privando de peso antropológico y de
fundamento metafísico a nuestras discusiones éticas. Lo que se ha excluido es
la operatividad de la noción de bien común, sustituida por la de interés
general...Mientras que el concepto de bien común presenta un carácter
marcadamente ético, la idea de interés general posee una índole instrumental
y, por así decirlo, técnica...Lo que justifica a las instancias oficiales y a
sus correspondientes expertos no es la ética sino la técnica...la técnica
jurídica y la técnica económica, los conocimientos aplicados propios de la tecnoestructura...Los
ciudadanos corrientes y comunes no entienden el idioma que suelen usar los
políticos, los profesionales de la empresa y los funcionarios. Lo que
claramente sienten es que no se cuenta con ellos...Por eso se desentienden de
la cosa pública, a la que raramente acuden los profesionales más
competentes”. Cfr. “El humanismo cívico”, Barcelona, Ariel, 1999, pp. 27-29.
[4] No es bibliografía lo que falta
a la hora de acercarse a esta cuestión, pueden consultarse entre otras, las
siguientes obras: TARROW, Sidney: “El poder en movimiento: los movimientos
sociales, la acción colectiva y la política”, Madrid, Alianza, 1994; IBARRA,
Pedro y TEJERÍAN, Benjamín: “Los movimientos sociales. Transformaciones
políticas y cambio cultural”, Madrid, Trotta, 1998 ó LARAÑA, Enrique: “La
construcción de los movimientos sociales”, Madrid, Alianza, 1999.
[5] Sobre el principio de subsidiaridad,
puede verse, entre otros: IBÁÑEZ LANGLOIS, José Miguel: “Doctrina Social de
la Iglesia”, Eunsa, Pamplona, 1987 ó DE TORRE, José María: “Trabajo, cultura
y liberación. Enseñanzas sociales de la Iglesia”, Palabra, Madrid, 1986.
Sobre los orígenes de la doctrina social de la Iglesia, su exposición
desborda con creces los límites y objetivos de este trabajo. Tan sólo
afirmaremos que, como tal, fue encaminada a orientar globalmente la necesaria
inserción de los católicos en la nueva sociedad liberal creada a partir de
las sucesivas oleadas revolucionarias del siglo XIX. Más que una tercera vía
ó la “solución católica” se trataba de orientaciones generales, de carácter
fundamentalmente antropológico, para enseñar a los fieles cuáles son las
señas identitarias de la persona para que, de este modo y desde ellas,
pudieran elaborar respuestas personales concretas a los numerosos problemas
que la implantación del liberalismo y sus enmiendas generó en la sociedad.
Que por cuestiones diversas se tomaran las orientaciones del magisterio como
recetario para la resolución de problemas temporales concretos, o que cada
grupo católico identificara su postura como la única postura católica
posible, es otra cuestión distinta que no implicó que las orientaciones magisteriales
fueran tardías en el abordaje de las numerosas y enconadas problemáticas
derivadas de la nueva cultura.
[6] No conviene olvidar en este
punto las serias limitaciones eclesiológicas que gravaban a la Acción
Católica, tanto general como especializada, que con gran ilusión y
generosidad puso a andar Pío XI. No parece posible – debe quedar bien claro –
que se le pueda reprochar nada a Pío XI. Más bien es totalmente necesario
afirmar que ya hizo bastante. Al mismo tiempo, es preciso hacer notar que la
fórmula establecida para justificar la labor del laicado en la sociedad civil
– como se sabe la extensión del mandato canónico – no resultó a la postre
demasiado útil. La vinculación que se generó entre la acción de los católicos
y la jerarquía de la Iglesia fue tal que llegó a confundirse. No resulta
extraño que muchos acabaran haciendo, por ejemplo en su lucha contra la
injusta pobreza, la vieja y añeja petición valdense de la Iglesia pobre en el
sentido literal de la formulación.
[7] Sobre el origen de la Hermandad
Obrera, cfr. GARCÍA PIÑERO, Francisco: “La especialización obrera en la
Acción Católica Española”, en Arbil, nº 88. Así mismo puede seguirse el
desarrollo de la Hermandad en LÓPEZ GARCÍA, Basilisa: “Aproximación a la
historia de la HOAC: 1946-1985”, Madrid, Ediciones HOAC, 1995.
[8] Sobre la figura del fundador de
la Hermandad existe hoy una bibliografía de calidad dispar. Por lo que
respecta a los estudios más antiguos, son debidos a colaboradores y
militantes de la Hermandad, los cuales adolecen de ciertas faltas de sentido
critico en el manejo de la documentación. Cfr. MALAGÓN, Tomás, MARTÍN,
Jacinto y GARCÍA, Javier: “Rovirosa. Apóstol de la clase obrera”, Madrid,
Ediciones HOAC, 1988. Mas recientemente, se han publicado los estudios de
DÍAZ, Carlos: “Guillermo Rovirosa”, Salamanca, Colección Sinergia, 2002 y
RUÍZ CASCOS, Carlos: “La espiritualidad trinitaria de Guillermo Rovirosa”,
Madrid, Voz de los sin Voz, 2003. A pesar de lo dicho más arriba, es
necesario tener presente que junto a Guillermo Rovirosa estuvo, como segundo
pedestal importante en el desarrollo de los medios de formación de la
Hermandad, la figura de d. Tomás Malagón. Fue consiliario nacional de la HOAC
a partir de 1953, fecha desde la cual se aprecia un cambio en los medios de
formación de la Hermandad en aras de apuntalar más el sentido de la
militancia cristiana. Sobre la figura de Tomás Malagón, cfr. FERNÁNDEZ
CASAMAYOR, Alfonso: “Espiritualidad, fe y creencias en Tomás Malagón”,
Madrid, Ediciones HOAC, 1988.
[9] En el desarrollo de la I Semana
Nacional de la Hermandad, el mismo Guillermo Rovirosa expresaba taxativamente
esta cuestión: “Todo lo que hasta hoy se ha hecho en España con la
intención de ganar para Cristo a los trabajadores seguramente habrá servido
en gran manera para la santificación de los que en ello se han ocupado. Pero
en cuanto al acierto de los métodos no aparece en parte alguna si nos guiamos
por la regla de que: “Por los frutos los conoceréis el árbol”. Por lo
cual...declaro suspectos para actuar como dirigente de la A.C. a todos
aquellos que hubieran actuado como dirigentes antes del año 1936 en
actividades social-católicas. “Esto” es diferente de “aquello”, y si ponemos
las mismas personas tendremos otra vez “aquello”. Cfr. ROVIROSA, Guillermo:
“Iniciación y objetivos inmediatos de la HOAC”, Ponencia segunda de
la I Semana Nacional de la Hermandad Obrera de Acción Católica, Madrid,
26 de octubre a 3 de noviembre de 1946, pp. 80-94. Biblioteca del Instituto
Pontificio San Pío X.
[10] Es de capital importancia en
este punto dejar bien claro que, tanto Tomás Malagón como Guillermo Rovirosa,
no eran personas de ideología marxista. Que un su pasado hubieran podido
militar en esta ideología no empece para que en el momento en el que llegan a
la HOAC estuvieran plenamente convencidos de que las realizaciones del
marxismo no podían ser solución para el problema obrero. No obstante, el
predominio de una cosmovisión tradicionalista de la existencia humana tanto
en uno como en otro, les llevó a identificar las categorías culturales del
marxismo con las únicas posibles para hacer comprensible el contenido de la
revelación al mundo obrero.
[11] Fue también en la I Semana
Nacional en donde Rovirosa estableció la exigencia de resolver el problema
del proletariado: “...“...el único sitio en donde está: en la forma
maravillosa de Pío XII: ¡Ninguno proletario; todos propietarios!”. Cfr.
ROVIROSA, Guillermo, op.cit.
[12] cfr. ROVIROSA, Guillermo: “El
Cooperatismo Integral”, I, en Obras Completas, Vol. I, pp. 172-186, Madrid,
Ediciones HOAC, 1995.
[13] El criterio de juicio sobre la
veracidad y bondad de cada cultura está inequívocamente ligado a la
interpretación que ésta haga del hombre. “La verdad sobre el hombre es el
criterio inmutable con el que todas las culturas son juzgadas”. Cfr. Juan
Pablo II, alocución a la Curia romana, el 22 de diciembre de 1989; recogido
en GAZAPO ANDRADE, Bienvenido y CAMBÓN CRESPO, Elia: “Europa, identidad y
misión. Aportación de Juan Pablo II a la construcción de Europa”,
Edibesa, Madrid, 2004, pp. 249-250; 336-340.
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domingo, 30 de septiembre de 2012
El resurgimiento de la sociedad civil: La aportación de la Iglesia al florecimiento de la conciencia social: El caso de la HOAC
viernes, 14 de septiembre de 2012
LOS OTROS HIJOS Y NIETOS DE LA DICTADURA Y EL POSIBLE FUTURO COLAPSO DE LA DEMOCRACIA CHILENA.
LOS OTROS HIJOS Y NIETOS DE LA DICTADURA Y EL POSIBLE FUTURO COLAPSO DE LA DEMOCRACIA CHILENA.
Una de las herencias más transversales de la dictadura, explicitada o
validada por voces públicas o de la calle, es la satanización de la política.
Es el fondo de un chiste muy celebrado decir que ser político es lo mismo que
ser ladrón, mentiroso, corrupto, etc. Pero, el político ladrón, corrupto, etc.
es siempre el otro. Es el otro partido, es el otro dirigente sindical, es el
que tiene otro pensamiento u otros intereses.
En Chile existió un poderoso que concentraba en su persona un poder sin
contrapeso; el poder judicial aparentaba autonomía, pero estaba bajo su
control, la función legislativa era un decorado de su trono; entre sus
numerosos poderes, estaba el poder de dar vuelta la página, estar informado del
movimiento de todas las hojas de los
árboles, etc. Decía que era un apolítico. Según él, lo que realizaba como un
Jefe Supremo del aparato de poder autoritario, no era político. La política era
mala. Los “señores políticos” siempre estaban en sus discursos como seres
corruptos, culpables de todos los males. Solamente los apolíticos podían salvar
a Chile. Mucha gente se hizo “apolítica” y escuchaba complaciente sus discursos
“apolíticos”. No pocos empresarios compraron a precios “populares” empresas del
Estado, de todos los chilenos y gastaban sus hermosas y suaves lenguas
gritando: “somos apolíticos”, generamos empleos, trabajamos no practicamos la
“sucia política”. Hoy estos empresarios son poderosos, tienen un poder
económico que determina los poderes políticos. Ejercen un poder que tiene
consecuencias permanentes en la política nacional. Pero se autodefinen como
“apolíticos”. Hay que hacer notar que con esta lógica tendría que ser posible ejercer el poder presidencial
apolíticamente, sin política, que sería como desarrollar una matemática sin el
concepto de cantidad o número o pensar sin ideas, etc. Sociológicamente todo
poder es político, incluyendo el poder eclesiástico o el poder económico. En la
actual situación globalizada un empresario grande o multinacional tiene más
poder que el Senado o el Presidente de
la República.
Hoy escuchamos otros gritos que dicen: todos los políticos son ladrones,
mentirosos, etc. y la voz de este Jefe Supremo se vuelve a escuchar a través de estas voces nuevas y viejas. Lo
curioso es que los que gritan parecen paridos por otras madres. Estos hijos y
nietos (de padres que alguna vez fueron políticos y que cuando este Jefe
Supremos se hizo polvo (literalmente), porque no quiso experimentar la
putrefacción como los mortales que son políticos y todas esas cosas sucias,
celebraron con gritos y consignas muy antiguas este nuevo dicho “se hizo polvo”)
repiten casi copiando, el mismo discurso: la política es mala y no hay que
interesarse en esta “excreción” de la vida humana. Según una encuesta del
Injuv. el 73% de los jóvenes no puede nombrar al menos 5 diputados y más del 70% no sabe qué es el sistema
binominal. Esto no es patrimonio exclusivo de los jóvenes.
Los que
leen la política con un doble estándar y ven el mal solamente en el frente, en
los otros, se solapan detrás de estos resultados, y gritan: “sin partidos, los partidos son malos”
y en la noche reciben a algunos jóvenes y viejos en sus “guaridas partidarias” y
los instruyen en su campaña contra los “políticos”. Esta es una forma de
fornicar con el poder deseado y tener un
discurso anti-político. ¿Buscan causar el colapso de la democracia? Esta visión
negativa de la política es la peor herencia de la dictadura. Es el miedo y la desconfianza hacia la política,
“inculcados a fuerza de represión, desapariciones, tortura y férrea propaganda,
hicieron que hoy tengamos un evidente retroceso en la vida comunitaria, en
donde el valor de lo colectivo es infinitamente menor frente al individualismo.
Y hay que decirlo claro: la derecha más dura de hoy estuvo de acuerdo con ese
diseño, lo alentó y aún cree y dice que la política es mala”. Pero desde el
otro extremo se fomenta esta misma descalificación de lo político. Es una
aplicación perversa de la dialéctica con un sello anti-democrático.
El futuro de la democracia chilena,
su estabilidad depende en buena medida de la recuperación ética de la política.
La política no es para los que se aprovechan de los demás. No es una forma de
vivir del trabajo de los demás. La política depende de la naturaleza humana,
puede ser mala o buena, ambivalente, sucia o digna como un buen político o
líder auténtico o corrupta como una mafia de grandes intereses y poderes
anti-populares. Una forma de controlar y evitar la corrupción masiva de la
política es la participación del pueblo organizado en el control cívico de los
poderes públicos. La democracia meramente representativa está casi agotada, no
responde a las nuevas sociedades de masas aplastadas por los grandes intereses
globales. Esta democracia deteriorada necesita ser potenciada con una
organización popular dialécticamente equidistante de la clase dominante y
anarquismos que sueñan con partir de cero y así hacer posible un realismo político
que supere los “espejismos de poder” que chocan con los muros de hierro de este
sistema neo-liberal. Un ejemplo de este “espejismo de poder” son las protestas
y tomas estudiantiles que demasiadas veces terminan con un “beso a la
violencia” y son duramente reprimidas y sin resultados efectivos o sin conseguir
lo esperado. Tal vez ahora es el momento de movilizarse ante las elecciones
municipales. Y hay que considerar que cualquier movimiento de recuperación
democrática, está contra el tiempo: el consumismo esencialmente individualista
destruye día a día o debilita el discurso de un ciudadano activo y con poder
político de decisión en la base y lo reemplaza por un consumidor pasivo, tal
vez lleno de odio anti-capitalista, pero estéril, políticamente castrado,
alienado en ideologías inoperantes, que es fácilmente manipulado y seducido por
los creadores de adicciones y deseos artificiales.
Casi la
mitad de los jóvenes anuncia que no va a votar en las municipales. “El
remedio al lastre que nos dejó la concepción dictatorial de la política es
justamente tener más y mejor política. La política no es el debate de los cupos
para las municipales, no es si debemos seguir las encuestas o ir a primarias,
no debe ser la pelea por proyectos personales, ni menos si tal postulante
eligió a tal o cual candidato para sacarse una foto”. “Si en el Injuv se dieron
cuenta en 2012 de que los jóvenes ven pasar las decisiones importantes por el
lado sin sentirse interpretados ni empoderados, entonces ¿por qué no dieron una
conferencia de prensa para pedir el urgente fin del sistema binominal? ¿Por qué
el Injuv no pide la restitución de las horas de Educación Cívica o más horas de
Historia?” Se dice que: “Chile tiene la legislación que tiene en temas de
educación, salud, previsión, minería, laboral y pesca, porque nunca la
Concertación tuvo los votos para terminar con el empate ficticio que impuso la
dictadura en su Constitución de 1980”. Tal vez, pero el desarrollo presente y
futuro de la democracia chilena no puede depender de reacciones tan pasivas
frente a estos lastres de la Constitución del 80. Los aportes para renovar auténticamente la
democracia son diversos, multi-ideológicos y en algunos casos novedosos, pero
siempre democráticos. Los que nos identificamos
con el paradigma del comunitarismo personalista tenemos el desafío de
dejar nuestra impronta política, social y cultural en la historia de Chile.
Mario Andrés Díaz Molina: Estudiante en Práctica Profesional: de
5° año de Pedagogía en Religión y
Filosofía de la
Universidad Católica del Maule. Educador Comunitario.
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