Las razones del ser del comunitarismo.
José Pérez Adán
Sociólogo
comunitarista. Licenciado en Historia (Universidad de Valencia) y
Doctor en Sociología por
la Universidad de Sidney (Australia). Profesor del departamento de
Sociología de la Universidad de Valencia, presidente del Capítulo
Español de la Sociedad Mundial de Socioeconomía
y autor de más 40 libros y 100 artículos científicos.
1.- Cuando nos lanzamos a la
búsqueda de los fundamentos y los orígenes de una nueva teoría social
como es el comunitarismo cabe hacer dos precisiones
previas. Una es que hay que evitar caer en el hoyo del historicismo.
Los historicistas suelen tener una concepción lineal de la historia del
pensamiento y explican lo que viene después como la
necesaria consecuencia de lo que ha ocurrido antes. Este prejuicio
no tiene base racional. Nuestro presente no es una necesidad sino una
posibilidad hecha realidad. Nada más. Lo digo porque he
leído hace poco a uno de los más famosos pensadores modernos
remontarse hasta Platón para explicar la aparición y el devenir del
comunitarismo como corriente de pensamiento autónoma, lo cual me
parece ciertamente una exageración.
La
otra precisión que cabe hacer es la del peligro del disciplinarismo.
Este peligro se abate mayormente
sobre aquellas disciplinas que han desempañado hasta hace bien poco
un predominio casi absoluto en lo que hemos dado en llamar el área de
humanidades. Me refiero en concreto a la filosofía, o
mejor dicho, a aquella filosofía que habiendo despreciado los nuevos
saberes modernos se aventura a sentar cátedra sobre corrientes de
pensamiento cuyo discurso transcurre mayormente asentado
sobre conceptos y usos de otras ciencias como son, para el caso que
nos ocupa, la economía o la sociología. Al menos en mi
país este peligro se hace muy presente entre la
mayoría de los que desde las humanidades interpretan y explican el
comunitarismo, tarea que creo que no se puede hacer de manera acertada
sin tener una buena base en ciencias sociales.
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Dicho esto y antes de
proseguir, tendré que hacer mención de cuál es el enfoque que voy a
utilizar para desarrollar mi exposición. Diré primero que lo que
manifiesto lo hago con humildad en el bien entendido que mi
aspiración no es dar cuenta de una vez y para siempre de las razones de
ser del comunitarismo moderno sino que aspiro, con modestia, a
aportar mi experiencia como alguien que viene investigando y
publicando sobre el tema desde hace muchos años usando mi visión
particular de sociólogo para iluminar desde un ángulo que para los
ajenos a mi disciplina suele permanecer oscuro este objeto que nos
proponemos estudiar aquí sobre los orígenes del comunitarismo. Diré
también que voy a tratar de dejar claro desde el inicio lo
que a mi entender es una equivocación de muchos de los comentaristas
críticos del comunitarismo. Se trata de contraponer como opuestos
liberalismo y comunitarismo. La verdad es que no son
categorías contrapuestas. Si tuviera que concretar en un solo
término qué es lo que se contrapone al comunitarismo, al menos en el
contexto cultural del que procedo, yo no afirmaría que es el
liberalismo sino el individualismo. Por último, diré también que en
el enfoque que voy a utilizar prima sobre todo la interpretación
personal que hago de la obra de Amitai Etzioni. Si bien
reconozco la importancia de las aportaciones de Michael Walzer,
Michael Taylor, Alisdair MacIntyre, y, sobre todo de Charles Taylor,
creo que la obra de Etzioni es la única que reúne el
suficiente cosmopolitismo académico incorporando las aportaciones de
la filosofía, la economía, la sociología , el derecho de gentes y la
teoría política, como para merecer mi
mejor reconocimiento.
2.-
Dicho esto voy a tratar de esclarecer mi hipótesis de partida que es
sucintamente la siguiente: que el
espíritu comunitarista ha acompañado toda la historia de la
humanidad y lo que ahora nos parece una novedad es simplemente el
resultado de un paréntesis que se cierra: el paréntesis
individualista. Lo que está ocurriendo es que algunos nos estamos
dando cuenta, y en esto la obra de Etzioni ha sido y es muy importante,
de que el individualismo tal y como se concreta en la
práctica de las relaciones humanas en la historia presente ha
provocado unas disfunciones estructurales que lo hacen socialmente
insostenible a largo plazo como sostén ideológico de la vida en
común.
El individualismo al que me refiero tiene una historia corta, mucho más corta de lo que piensan los que
opinan que la acción, y en este caso la acción colectiva,
es fruto de la reflexión. Yo creo que no. Pienso que las ideas aquí no
han sido antes que los hechos históricos. Para
mí el individualismo es un paréntesis que se abre con la sociedad de
consumo masas y que se cierra o que se cerrará con la aparición de la
conciencia de la suficiencia que viene acompañada por el
repudio del materialismo y de sus consecuencias.
La
sociedad de consumo nace y se consolida en la segunda mitad del siglo
XX. Una serie de factores
novedosos la explican y al mismo tiempo la conforman. Por un lado
tenemos la primacía de la oferta sobre la demanda que acompaña las
últimas etapas de la revolución tecnológica, un fenómeno nuevo
en la historia humana y que es de índole mercantil. Por otro lado
tenemos la globalización con todas sus consecuencias uniformizadoras que
no son solo pautas comunes de consumo sino también de
aspiraciones y gustos. Y en tercer lugar tenemos la intromisión del
mercado en los ámbitos privados que hacen que la oferta ya diversificada
y ya globalizada se te presente como reclamo inmediato
allá donde uno se encuentre sin mediar asentimiento y ni siquiera
petición.
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Hay
un cuarto factor que cataliza todo este proceso hacia un resultado
esperado. En efecto, la
secularización entendida como por un lado la disminución de
importancia de las aspiraciones o inquietudes espirituales que no puede
satisfacer el mercado y por otro lado la crisis de credibilidad
de las Iglesias establecidas muchas veces combatidas por los estados
y otras desde dentro de sí mismas, hace que la consolidación de la
sociedad de consumo dé un resultado previsible: el
materialismo. La cultura consumista moderna es una cultura empapada
de materialismo práctico que después, y recalco lo de después, ha sido
también un materialismo teórico.
¿Cómo
se ha producido esto? El comunitarismo tiene una explicación de este
acontecer. Básicamente estamos
ante un fenómeno que visto desde una perspectiva histórica resulta
muy novedoso en el sentido de ser original, razón entre otras por la que
hemos hablado al referirnos a esta situación de un
paréntesis. El hecho está en que hemos pasado de afirmar como
constitutivas de identidad las relaciones yo-tú que resultan en un
nosotros a las relaciones yo-cosas que resultan en un agregado de
consumidores.
Si
nos damos cuenta, las relaciones yo-tú tienen dos características
básicas. Por un lado son relaciones
vinculativas y por otro lado y como consecuencia son relaciones
excluyentes. Es decir son relaciones que al conformar un nosotros
cierran una identidad a la que son ajenos otros nosotros. Es lo
que yo llamo la extrañeza. Uno pertenece a una o varias comunidades
(varios nosotros) en la medida en que tales nosotros sean reconocibles
desde fuera. Las relaciones yo-tú de diversas maneras
producen la distinción entre propios (nosotros) y extraños (ellos
como otros o como distintos nosotros). Así, yo pertenezco a mi familia
en la medida en que no pertenezco a otra, o yo soy del
Barcelona en la medida en que no soy del Real Madrid. El resultado
de conjunto de las relaciones yo-tú es una pluralidad: una pluralidad de
comunidades abiertas las más y cerradas las menos en
las que los vínculos tienen a la larga un carácter identitario.
Las
relaciones yo-cosas son, sin embargo, otra historia. Por un lado
conforman si cabe una identidad
uniforme en todos los yoes que vista desde fuera crea un universo
monocromático de diversidades que son solo cuantitativas, medidas por
las cosas, por la materia. Pero más grave es que al mismo
tiempo el olvido de otro tipo de diversidades y en particular las
que reconocen la existencia de satisfacciones grupales que tácitamente
excluyen su convertibilidad en bienes de consumo, produce
un aislamiento en el que se gesta el individualismo. Efectivamente,
pues, materialismo e individualismo, están en este caso estrechamente
unidos. El mismo mercado que es a un tiempo global en
ámbito, integral y completo en oferta, e inmediatamente próximo,
acaba por absorberme al punto que solo reconozco en el vecino su calidad
de consumidor como yo. Así el individualismo salva la
igualdad pero nos condena al aislamiento. Un aislamiento que en sus
versiones patológicas negadoras de la igualdad tenderá a convertir al
otro también en un bien de consumo más.
Sin
llegar a esos extremos patológicos que tanto pueblan la ciencia ficción
contemporánea, pensemos en el
debate sobre la clonación por ejemplo, el mero individualismo
aislacionista está siendo contestado sociológicamente, es decir,
empíricamente, por todos lados. Razón por la que creemos que tiene
fecha de caducidad y que el paréntesis está por cerrarse. Tres
razones explicativas de esta prognosis merecen comentario aparte.
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En
primer lugar la experiencia de lo que la sociedad consumista nos ha
procurado. Es decir, ¿tenemos datos
para afirmar que el consumismo es realizante? No; más bien al
contrario. Tenemos una amplia bibliografía , la verdad es que padecemos
una eclosión de literatura sobre este tema, acerca de las
disfunciones del consumismo que apuntan precisamente a que la
felicidad y realización personales tienen una razón comunal y que los
defectos de su ausencia están detrás de la proliferación de
enfermedades psíquicas que padece el mundo más desarrollado
materialmente. En este sentido hemos de prestar atención a
las innovaciones que tanto desde la psicología como desde
la sociología se están presentando para pulir los instrumentos de
medición del desarrollo comparado de modo que se aprecien también las
disfunciones sociales que el consumismo produce allí donde
se hace más presente.
En
segundo lugar hemos de comentar el auge del asociacionismo civil que
apunta dos carencias bien sentidas
en la sociedad de consumo. Nos referimos a la falta de solidaridad y
a la falta de sensibilidad ambiental. Gran parte de las organizaciones
no gubernamentales que han surgido en tantos países en
los últimos años apuntan precisamente a la necesidad de recomponer
los lazos entre nosotros superando el individualismo y el aislamiento.
Estos se producen tanto sincrónicamente con los
contemporáneos a uno como diacrónicamente con las futuras
generaciones. Los hechos son tozudos y claros. Nunca antes en la
historia se ha constatado tanta desigualdad y lejanía entre los
habitantes del planeta y al mismo tiempo nunca antes en la historia
habíamos tenido la capacidad de excluir a las futuras generaciones de la
vida mediante el ejercicio de una capacidad de
destrucción del medio en que vivimos de la que antes carecíamos.
Y en tercer lugar hemos de
mencionar el fenómeno del religamiento. Por religamiento entendemos la
constatación de un renacer religioso que opera
fundamentalmente a dos niveles: a nivel de estratificación social
entre los jóvenes de todo el mundo independientemente de su país y
cultura, y a nivel del reparto de espacios, y por lo que se
refiere al cristianismo, entre los habitantes de países de menor o
más joven tradición cristiana como los de Asia y África. En la
explicación de este hecho y en ambos niveles no es posible
desdeñar el impacto que para la cultura y la religión tuvo Juan
Pablo II con su poder de convocatoria, quizá el más grande en toda la
historia, y su apuesta decidida por hacer de nuevo
socialmente visibles los valores del evangelio cristiano. Desde el
punto de vista social, el religamiento da como resultado una
polarización que puede propiciar cambios y conflictos y que en
cualquier caso es necesario comprender. Efectivamente, la aparición
del religamiento tiene como primera consecuencia el remarque de las
distancias entre una cultura pública que en países con
gobiernos laicistas margina lo sagrado y una militancia religiosa
intensa de carácter tanto privado como público que se encuentra incómoda
ante las demandas de aquiescencia que le imponen los
poderes públicos. La polarización abre también una brecha cada vez
más acusada entre paganos y creyentes, más materialistas los primeros y
más postmaterialistas los segundos, que a la larga
obligará a pactos de convivencia para garantizar la armonía social.
En cualquier caso el religamiento presenta un reto de considerable
magnitud al individualismo pues ambos, el renacer religioso
y el individualismo aislacionista, son trazas culturales
incompatibles.
3.- Por estas tres razones,
entre otras: la mala experiencia del consumismo, las carencias de
solidaridad y de sensibilidad ambiental, y el religamiento,
podemos preguntarnos, ¿cuánto tardará en cerrarse el paréntesis
individualista? Para contestar a esta pregunta repasemos los campos en
litigio y tratemos de ver quiénes son y cuál es la fuerza de
los individualistas y quiénes son y cuál es al fuerza de los
comunitaristas.
Del lado individualista caen
casi todos los que directa o indirectamente abrazan y justifican los
presupuestos ideológicos de la escuela económica
neoclásica. El neoclasicismo, también llamado defectuosamente
neoliberalismo, tiene como eje argumentativo y propositivo una peculiar
teoría de la racionalidad que lo distingue tanto del
liberalismo como más claramente del comunitarismo. La obra más
idónea para estudiar las contradicciones internas de la teoría económica
neoclásica es el libro de Amitai Etzioni La dimensión
moral de la economía que esperamos ver publicado pronto en
español. Los presupuestos neoclásicos califican como racional aquel
comportamiento humano que magnifica una única utilidad llamada
interés propio y que al mismo tiempo lo hace consistentemente, por
eso para los neoclásicos el comportamiento racional es hasta cierto
punto predecible. No todos los liberales estarían de acuerdo
con esta aseveración por eso yo creo conveniente mantener la
distinción entre liberales y neoliberales, entre otras cosas porque me
consta que muchos liberales están más cerca de los postulados
comunitaristas que de los neoclásicos. A modo de ejemplo podemos
etiquetar como liberal-comunitaristas a aquellos que manteniéndose
fieles al credo liberal defienden esta capacidad, la libertad,
no solo para los sujetos humanos individuales adultos, sino también
para los sujetos colectivos de tal manera que pueda hablarse y
defenderse además de la libertad individual, la libertad de las
familias, de las iglesias, o de las asociaciones cívicas. Frente a
estos los neoclásicos podrían ser etiquetados como
liberal-individualistas en la medida en que para ellos el sujeto del que
se
predica la racionalidad es siempre el sujeto individual.
Hoy en día gran parte de la
oferta política mundial es afín al neoclasicismo, incluyendo en este
campo incluso al gobierno de la República Popular China.
Por lo que se refiere a la oferta ideológica casi todos los
apóstoles de la modernidad y de la postmodernidad cabría situarlos aquí,
entre ellos también a Anthony Giddens.
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Del lado comunitarista están
sobre todo los que entienden que el estado no debe acaparar el
monopolio de la soberanía y que por tanto ven un futuro posible
y deseable de soberanías articuladas. En ese marco conceptual además
de los derechos humanos para los individuos y las constituciones para
los estados habría que tener en cuenta a las comunidades
humanas como sujetos de derecho. Llegados a este punto hemos de
referirnos al nacionalismo que algunos equivocadamente catalogan como
una variante del comunitarismo. El nacionalismo, sin embargo,
en la medida en que encumbra una comunidad, la nacional, a la que le
otorga el monopolio de soberanía conculca todas las demás. El
nacionalismo está en las antípodas del comunitarismo pues éste
en la medida en que aboga por un reparto de soberanía a una
pluralidad de sujetos supone a fin de cuentas una afirmación de la
sociedad sobre el estado que está muy lejos de los planteamientos
que hoy defienden los que se proclaman nacionalistas para quienes el
principio de autodeterminación pertenece en exclusiva a la nación. No
obstante esto vemos con optimismo la posibilidad de que
el derecho de autodeterminación, siempre y cuando este derecho no se
aplique en exclusiva a los que habitan un determinado territorio, se
considere una reivindicación plausible para todo tipo de
comunidad.
Es sin embargo en la oferta
ideológica donde el comunitarismo tiene un mayor reclamo y rigor. No voy
a comentar las aportaciones habidas en el mundo
anglosajón, que son por otra parte las más conocidas y estudiadas y
cuyos adalides, todos de una categoría intelectual y académica sin
discusión, hemos mencionado con anterioridad. Sólo quisiera
para terminar mencionar dos tradiciones ideológicas cuyos
fundamentos teóricos guardan estrecha relación con el comunitarsimo
moderno. Nos referimos por un lado a un pensador italiano
contemporáneo creador de escuela que está empezando a ser traducido
al español con mucho éxito. Se trata de Pierpaolo Donati y a su teoría
relacional de la sociedad. Donati presenta una
argumentada y coherente crítica al individualismo al tiempo que
aporta a la investigación sociológica luces para entender la
imposibilidad de sostener una sociedad viable desde las posturas
abrazadas por el modernismo. No me cabe duda que la obra de Donati
en la medida en que se estudie y divulgue contribuirá a sugerir
soluciones comunitaristas alternativas a las aplicadas hoy en
día para resolver los muchos problemas que plantea la difícil
convivencia entre competitividad y cooperación.
Por último he de referirme a
las muchas contribuciones que en los países latinos ha aportado y sigue
aportando el pensamiento y el activismo católico. Dos
querría señalar. Por una lado la obra de Manuel Lizcano que sin duda
cobrará relevancia en la medida en que se difunda su gran obra póstuma Tiempo del sobrehombre. Y por otro la obra de
Guillermo Rovirosa autor del Manifiesto comunitarista publicado por las Hermandades Obreras Católicas HOAC
en 1966. Y es que el pensamiento católico, particularmente el
pensamiento católico de izquierda, de un vigor, rigor, y compromiso
de primerísima calidad intelectual, a pesar de ser poco conocido en el
mundo anglosajón, es esencialmente, o mejor dicho,
evangélicamente, comunitarista.
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La Razón Histórica, nº15, 2011 [4-8], ISSN 1989-2659. © Instituto de Estudios Históricos y sociales.